(El Barberillo de Lavapiés, donde busqué el rastro de mi amigo Orima.)
Pienso que ya no volveré a ver a mi amigo Orima. Una puerta nos separó y creo que eso será todo. Los caminos que fueron durante muchos años paralelos se cruzaron en un momento concreto y después siguieron otra vez sus propios rumbos. Me gustaría creer que esta despedida no será definitiva.
Orima era de otro continente y me reconocía que nunca se adaptó bien a estas latitudes ni se acostumbró a la cultura local. Pero el último día en que estuve con él, Orima me dejó, con su particular acento transoceánico, su última colección de “aforismos” y “reflexiones “ de los que quiero dejar testimonio en el blog.
Soy consciente, mis queridos lectores, de que muchos de ustedes tendrán dificultades para entender el sentido real de éstos, y es probable que ni si quiera encuentren en ellos gracia alguna. A ello contribuirá, sin duda, el hecho de que desconocen el contexto en que fueron pronunciados. Pero por el momento la prudencia me aconseja no dar más detalles. Así lo habría deseado mi querido Orima. Si hoy lo traigo a este blog es -lo confieso- principalmente para mi propio deleite personal y para el de todos aquellos que sepan comprender. También para que todas estas palabras hilvanadas en frases con frecuencia de tono muy coloquial no desaparezcan con el tiempo y el olvido.
Señoras y caballeros, les dejo con las últimas perlas de Orima.
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– “Lo veo borroso… Sí, veo la mesa al fondo…, al Príncipe de las Mareas… y los colgaos al fondo” [Viendo en la pantalla de un móvil una caricatura en la que aparecen reunidas algunas personas que conoce.]
– “Te envidio, D… ¡Salir de este zoológico!”
– “Aquí traen la coca… y no te dan nada”. [En medio de una reunión.]
– “Ya que no puedo chupar coñitos, me agarro a [los chupachúps]. ¡Con lo que a mí me gusta, además!”
– “Es maravilloso hacer que el clítoris vibre…”
– “A mí me ha pasado. Se bajó las bragas, y digo: `¡Hija mía, o te vas a lavar el coñito o te lo pierdes…!´. Porque olía a pescado. ¡Eso es jodido! ¡La falta de higiene…! ¡Eso es lo peor!”
– “Se me pone la pierna tiesa… La polla blanda y la pierna tiesa.”
– “Te conoces la vida de todo el mundo. Pareces tonto, pero de tonto no tienes un pelo.”
– “Aquí [en una reunión que se está prolongando] un día estás con telarañas: `Tutankamón, qué está… ¿aprobado?´”
– “Éste lo está cerrando todo [una persona esta procediendo a cerrar las ventanas de una sala]. Yo abriría todo… para ver si así se va la podredumbre…”
– “A mí me gusta estar con gente inteligente; los subnormales no me gustan.”
– “Yo a Rob [un compañero] lo hacía jubilado. Debe [de] tener ciento y pico años.”
– “Rob igual tira de porros… ¡Sí! [en el contexto se especula en ese momento con que Rob haya salido de la reunión que se está celebrando para ir a fumar].”
– “Yo al enemigo lo observo.”
– “Yo tengo una teoría [sobre educación]: el profe que suspende a todos es que no chuta ni funca.”
– [Se oye en una sala un “¡Ay, Dios mío!”, que sale de boca del presidente de la reunión que allí está teniendo lugar…] – “¿Has visto? `¡Ay, Dios mío!´… ¿Qué le han metido…? ¿Una polluela por ahí?”
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Quizá algún día te haga una semblanza como tú te mereces, amigo.
De momento, ¡hasta siempre!
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¡Qué habrá sido de mi amigo Orima! ¿Seguirá solitario en busca de su lugar en el mundo, hablando con La Uruguaya, con el admirador de Benedetti y con nuestro querido Clemente? ¿Le seguirá evitando Maite? ¿Se habrá vuelto a enganchar con el Príncipe de las Mareas?
Recuperaré una frase más, la última ya que recuerdo, que me regaló Orima el día de nuestra despedida:
“Yo creo que [en su relación con los hombres ella] tenía algún trauma infantil. A mí me contó que un día cuando entró en su casa vio a su padre muerto en la mesa con la cabeza metida en un plato de espagueti pomodoro”.