Hoy lo políticamente correcto es definirse de izquierdas. Mola ser progre, hablar de los desfavorecidos y decir que te preocupas por el prójimo más que por ti mismo. La derecha en cambio está mal vista. A la derecha se la presupone desde hace tiempo un individualismo perverso, el pijismo y la defensa del eslogan darwinista “sálvese quien pueda”.
A la izquierda se la asimila con conceptos como el de “humanismo” o el de “bienestar público”, y por ello si no comulgas con la ideología de izquierda, eres demonizado y tu pensamiento se convierte en una especie de execrable indecencia moral, que es siempre condenable.
Hay hasta un tercer caso, pero al que no se defina políticamente o cometa el pecado de criticar los postulados de la izquierda se lo encuadra rápidamente, e imagino que ya saben ustedes dónde.
Sin embargo, ¿tiene la izquierda esa superioridad moral que se arroga? ¿Y vale más una persona por lo que dice ser que por lo que hace?
Frente a aquéllos que respondan afirmante a estas cuestiones, yo postulo en esta entrada que autodefinirse políticamente no hace a las personas moralmente mejores o peores, y es por eso por lo que a mí me gusta valorar a cada uno en el trato corto.
Hace años que pienso que cualquier analfabeto o cualquier tipo de buitre carroñero sin escrúpulos pueden gobernar un país. En España, los casos han sido y siguen siendo todavía flagrantes. Y aquí están metidos los de todos los signos políticos.
Por otro lado, me sigue llamando la atención la ausencia de autocrítica y de justa ponderación que poseemos las personas. Me refiero a los que son “cerriles”, a los fanáticos. De esos en política hay muchos, y quizá hayan ayudado a ello los efectos de una Guerra Civil mal digerida y que con frecuencia ha sido utilizada por los mismos dirigentes políticos para avivar la confrontación y favorecer sus propios intereses.
Es triste.
Pero quiero dar un paso más, porque recientemente creo haber detectado en el lamentable panorama político nacional la aparición de una especie de “mesías” que ha llevado a muchas personas a pensar que será él quien lleve a cabo la regeneración democrática que, sin duda y de manera urgentísima, necesita España. Según muchos, será él quien sacará al país de la corrupción estructural y de la amoralidad política que lo impregnan; y quien nos someterá a un profundo baño de democracia real.
En relación con esto último, pienso que son pocos los que dudan hoy de que España necesita un cambio en sus dirigentes. La política del país se ha convertido en el fango donde retozan con impunidad esas bandas organizadas de medradores, estafadores, mentirosos y caciques que son los políticos. Éstos se están llenado los bolsillos a costa del erario público y no dudan en aprovechar sus puestos de responsabilidad para hacer negocio en beneficio propio. Y yo en ello no he visto sustanciales diferencias: ahí está todos metidos, los de derechas, los de izquierdas y los de centro. Todos pringados en el mismo fango.
Vuelvo a lo que señalaba unas líneas más arriba. En todo este estercolero ha aparecido recientemente una nueva agrupación política dirigida por el profesor universitario y tertuliano en debates políticos televisados Pablo Iglesias. Esta agrupación, Podemos, ha contado ciertamente con un gran respaldo electoral en las últimas elecciones europeas y evidencia un creciente seguimiento social, lleno de expectativas e ilusiones, normalmente entre sectores de izquierda radical.
En mi caso, el ascenso de este grupo me ha producido una mezcla de sensaciones: por un lado, interés y alegría; pero, por otro, profunda desconfianza.
Lo he visto con interés, al ver que Podemos supone una amenaza real para los partidos políticos tradicionales, garantes del Estado putrefacto en que se ha convertido (si es que alguna vez no lo fue) España; un Estado dirigido por gobiernos de diverso signo pero unidos todos por el ramalazo autoritario, la mentira, la corrupción, y la defensa cooperativa de sus prebendas asociadas al cargo; un Estado donde no existen ya la igualdad ni la justicia, y donde no se valora a las personas según sus capacidades o méritos reales sino en función de diferentes formas de clientelismo y caciquismo. Supongo que todo ello aparecerá recogido en la crítica a la que Pablo Iglesias somete al Sistema, y, si es así, en ese análisis de la situación coincido plenamente con él.
Pero también observo el ascenso de la nueva agrupación de Iglesias con desconfianza. Y permítanme que me plantee un futurible que me hace dudar de que Podemos sea la solución a los problemas del país. Supongamos que Podemos llegase a gobernar. ¿Qué medidas tomaría esta agrupación? ¿Conseguiría cambiar realmente el panorama? ¿Cómo reaccionaría Europa? ¿Qué pasaría cuando sus mismos votantes comprobasen que la pretendida renovación democrática no puede llevarse tan fácilmente a cabo? ¿Cómo encajarían esas reformas -como la de la disgregación de España en nacionalidades- que propone Pablo Iglesias en el contexto europeo, o cómo las encajarían muchos ciudadanos que no lo comparten?
Pablo Iglesias habla de “casta” y se refiere con ello a los políticos de los partidos acomodados que forman parte del Sistema y que desde dentro del mismo toman las medidas necesarias para defender y perpetuar sus intereses y privilegios personales por encima del interés ciudadano. Pero desde el mismo momento en que Podemos tenga representación en las instituciones nacionales o supranacionales, ¿no pasará entonces a formar también parte de esa odioso “casta”? ¿Renunciarán ellos a caso a los privilegios que ofrece la misma? Habrá que verlo. Pero conviene recordar que una cosa es una asamblea abierta de ciudadanos en la plaza de un pueblo y otra gobernar un país, con toda la presión de los lobbies y de los oscuros poderes y corporaciones que en la sombra dirigen en realidad el mundo.
No trataré en esta entrada de otras cuestiones. La simpatía mostrada por Pablo Iglesias hacia los gobiernos o movimientos revolucionarios de izquierda no creo que sorprenda a estas alturas a nadie. Tampoco pienso que sea desconocida la devoción de Iglesias por las cruentas personalidades del período del Terror durante la Revolución Francesa. Figuras tales como Robespierre o Marat forman parte de su imaginario político. Se trata, en todo caso, de personalidades revolucionarias que pretendieron garantizar el triunfo de la Revolución en Francia y de la recientemente implantada democracia, sí, pero utilizando como procedimiento la eliminación física de todas aquellas personas a las que se consideraba una amenaza para éstas. Y si miramos un poco más allá, veremos que esos considerados enemigos de la Revolución y la democracia eran aquellas personas cuyo pensamiento no coincidía con el de ellos.
Termino tratando de enlazar con el principio de esta entrada. Recientemente, en un programa de televisión, una periodista, Beatriz Montañez, no dudó en comentar indignada el que a algunos periodistas de derechas se les permitiese manifestar su opiniones libremente (“con impunidad”, creo que dijo) en los medios de comunicación. Y lo dijo, sencillamente, porque las ideas de éstos no coincidían con las suyas. La misma periodista, no necesitó a la hora de apoyar a Pablo Iglesias y su agrupación nada más que constatar que las ideas políticas del nuevo líder (fuesen éstas las que en realidad fuesen) coincidían en lo sustancial con las suyas. La periodista debió de haber visto en los medios que le resultaban afines que Pablo Iglesias era de izquierdas y progre y que criticaba, como ella, a la derecha, y eso, para Montañez, ya era suficiente. Lo demás, poco importaba.
Estaríamos aquí ante un caso más de cómo muchas veces nos dejemos llevar por nuestra parte más visceral; por nuestras filias; por un irracionalismo que nos puede hacer ciegos a la hora de ver algunos detalles que también están presentes en el fenómeno que estamos analizando. Ese irracionalismo acrítico es germen de muchos de nuestros prejuicios y también de nuestra intransigencia.
Para referirme a Podemos -lo repetiré una vez más- he empleado un futurible y he trabajado con él. No es difícil, por tanto, que esté equivocado. Y, de hecho, me encantaría errar y que Podemos fuese de verdad, al menos, una de las alternativas democráticas que necesita el país.
Espero, en definitiva, que si alguna vez llegan a gobernar, el pretendido cambio propuesto por Pablo Iglesias consista en apartar a la “casta”, sí, pero no para sustituirla por otra: la suya.
Lo que está claro es que lo que hay o ha habido no ha funcionado. Por lo tanto hay que albergar el beneplácito de la duda. Al fin y al cabo cada 4 años podemos cambiar si las cosas salen mal.
Tiene usted razón, pero si lo que va a sustituir a la mierda que hay, lo presupongo igual o incluso peor que lo que hay, esa alternativa para mí no es ninguna solución.
Cierto que parte de la izquierda española tiene ese tic, magníficamente recogida en la canción de La Polla Records «Erik el Rojo» (https://www.youtube.com/watch?v=UZi01UnWg9w), aunque se refiere más a las contradicciones de algunos de los que peroran (y que el propio grupo podría aplicarse, por cierto). Sin embargo, no creo que sea algo privativo de la izquierda, antes bien, históricamente ha sido más propio de la derecha, y ello debido a sus «fuentes» ideológicas. Si bien toda ideología, como tal, se autoconsidera «cierta», y por tanto moralmente correcta, la genealogía religiosa de buena parte de la derecha (con excepciones como la tradición utilitarista, parte de los neoliberales…) la hace más proclive a ese aura de superioridad moral a la que se refiere el post. No hay más que pensar en la «Mayoría moral» de Reagan o Bush.
Cierto es que el caso de España es un tanto diferente: aquí los políticos de derechas, usualmente, evitaban imprecaciones morales similares a las que hay que soportar de «elementos» como Llamazares o Madrazo en la izquierda (y de ZP no hablo porque se me hace muy difícil considerarlo netamente de izquierdas). Sin embargo, que no lo hiciera la «derecha política» no quiere decir que no lo hicieran (y hagan) continuamente, por ejemplo, la Iglesia católica (que en España es abrumadoramente conservadora, al menos en lo que a la jerarquía se refiere), quien siempre se ha arrogado ser el «faro moral» de la sociedad. Sus posturas frente a la extensión de derechos civiles tan básicos como el divorcio, el matrimonio civil (heterosexual u homosexual), su postura frente a la «Educación para la ciudadanía», etc. siempre se han basado en que sólo ellos son depositarios de la «correcta» moral. De hecho, entre los sectores católicos se sigue considerando a los ateos como poco menos que discapacitados morales (como si una ética autónoma fuera inferior a otra que en última instancia depende de supuestos seres supremos).
¿Por qué la derecha no usaba habitualmente este enfoque «moral» (y lo conjugo en pasado porque cada vez lo hace más)? Por una razón muy sencilla: esa guerra civil – y, lo que es más importante, el franquismo posterior- mal digerido (y para otra entrada daría el porqué una guerra y una dictadura de 40 años no se pueden digerir). En el imaginario colectivo de muchos españoles (y no sólo de izquierdas), la derecha llevaba implícito el «pecado original» del franquismo, por lo que consideraban poco creíbles sus imprecaciones moralizantes. De ahí que basara su discurso de legitimación en aspectos económicos y prácticos («Hechos», lema de campaña de los populares en la segunda legislatura de Aznar), y obviara recurrir a otro tipo de legitimaciones. Sin embargo, hoy en día parece haberse superado ese complejo, y cada vez son más frecuentes las alusiones a aspectos de «superioridad moral» de la derecha, no tanto basados en aspectos de moral religiosa (un tanto demodé), como los otros clásicos de «orden, trabajo, familia»… Esperanza Aguierra es en este sentido una de las más preclaras muestras de la vuelta a la moralidad en el discurso (no en vano, es quizá el mejor exponente de esa confusa -que no contradictoria- mixtura entre el neoliberalismo extremo y el neoconservadurismo moral que parece que hemos importado de EE.UU., frente al conservadurismo más «tradicional» y más «de aquí»).
Y lo de Podemos e Iglesias, lo dejo para otro comentario, que tengo un hambre…
Bienvenido de vuelta, mi querido Santanete.
Estoy también de acuerdo con su agudo análisis del mundo de las mentalidades de la derecha que ha plasmado en su comentario. Creo, en cualquier caso, que no es incompatible con el que yo mismo he hecho de las izquierdas en la entrada del blog, y que ambos son ejemplo del intento por arrogarse el liderazgo moral que fundamenta las ideologías.
Sin embargo, tengo que confesarle que yo a los políticos considerados de derechas hace mucho tiempo que no les presto ninguna atención (pues me parecen basura), pero me molesta la actitud de muchos progres que se ven animados por las cicunstancias a venderte, o directamente ladrarte, las bondabes de la izquierda, como si ellos fuesen diferentes. Para mí, en el fondo, son exactamente iguales que los otros, a los que con bastante soltura conceptual llaman «fascistas».
Un saludo.
Buenas noches
La situación ideología por la que atraviesa nuestro país obedece al descrédito de la ciudadanía hacia sus políticos. La sociedad se ha dado cuenta que muchas veces éstos crean problemas que no tienen nada que ver con lo que les pasa al común de las personas para defender la idea de que son necesarios.
Partiendo de lo anterior, todos sabemos que el espectro español se divide entre izquierda y derecha. El centro, sinceramente no ha existido ni existirá. A los hechos me remito con la creación de partidos políticos decimonónicos como la Unión Liberal de O´Donnell o el más reciente Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez.
A ambos les separa un siglo de historia y hemos observado el papel de los diversos partidos políticos españoles a lo largo de la existencia al derecho al voto, recogido aunque de forma censurada desde la Constitución de 1812.
Dicho papel ha sido servir por el bien y el porvenir de una parte de su electorado y nunca por el conjunto del bien del Estado entendido como el bien de todos los ciudadanos.
Hoy en día está muy de moda hablar de regeneracionismo tanto en la izquierda como en la derecha de este país pero haciendo un poco de memoria, hemos de ver de dónde parten ambos postulados.
Sabemos que a finales del siglo XIX Joaquín Costa postula el regeneracionismo para el beneplácito de los ciudadanos y el acceso de éstos a formar parte del Estado.
Dicho discurso fue recogido por los políticos oficialistas que lo tergiversaron hasta la saciedad. Claro ejemplo fue el de Antonio Maura quien propuso hacer una «revolución desde arriba», es decir dirigida por el propio estado.
Con estos datos observamos en la actualidad que los grupos sociales,formados por ciudadanos, quieren una mayor relevancia en la formación de la política.
La ciudadanía esta harta y cansada de que sólo se la use cada cita electoral con réditos electorales.
Surgió el grupo Podemos, formado por gente descontenta que alberga a personas de diversas orientaciones ideológicas aunque con marcado acento de izquierdas la posibilidad de cambiarlo todo y de formar parte de un todo.
Estamos asistiendo ante un cambio importante que tendrá grandes repercusiones.
En nosotros está aceptarlo como mayoría silenciosa o formar parte como elementos activos para conseguir un bien común que nos permita el bienestar para todos.
Ese debe de ser el camino a seguir, según mi opinión.
De nuevo por el blog y con ganas de postear. Sigo preparando entradas próximas y futuras.
Un abrazo
Mi querido, Alfonso, si hubiese recientemente aparecido una formación política con la me sintiese identificado, la votaría. Desgraciadamente, eso no ha sucedido, y respecto a lo de que con Podemos estamos asistiendo a un cambio importante que tendrá grandes repercusiones…, bueno, eso habrá que verlo y ver además qué repercusiones son ésas.
Me «gustan» mucho estos personajes tipo Pablo Iglesias, que simpatizan con regímenes como el Irán -donde a los homosexuales los cuelgan de grúas- o con el que sátrapa que haga falta, con tal de poder atacar a Israel y Estados Unidos. En estos casos, cuando le interesa, la autodenominada izquierda (para mí la misma escoria que la derecha, pero con otro nombre) emplea frases del tipo «es su cultura, y hay que respetarla» o recurre a la famosa «Alianza de Civilizaciones» de ZP. Para lo que no les interesa, hablan entonces de «discrimación», «homofobia», «racismo», «sionismo genocida» y «capitalismo imperialista». Y, hombre, yo no seré el que diga que los EE. UU. o Israel son las Hermanas de la Caridad, pero de ahí a ver con simpatía a regímenes como Irán o a grupos como Hamas… ¡Seamos un poco objetivos y coherentes!
Por mi parte, yo ya le adelanto que si la opción en el caso de Podemos se reduce a «aceptarlo como mayoría silenciosa» o bien «a formar parte como elemento activo», le aseguro que seré de los que menos ruido hagan.
Y eso del «bien común que permita el bienestar para todos», como referente de la acción política al que tender pienso que es el correcto, pero no deja de ser una utopía.
Un abrazo.