Los atletas estaban sujetos a un férreo y rutinario régimen de vida, sobre todo a partir del siglo IV a. C. cuando los profesionales dominan la pista. En los primeros tiempos, en cambio, los participantes en los Juegos Olímpicos eran los hijos de la elite, pero también obreros. Así, el primer ganador conocido, el corredor Corebos de Elide (776 a. C.), era cocinero, y también hubo labradores, pescadores y pastores.
Muchos intelectuales tanto griegos como romanos criticaron el profesionalismo por ser las pruebas inútiles para la ciudad y por deformar los cuerpos y ser perjudicial para la salud de los atletas. Estos, en efecto, se entrenaban regularmente en los gimnasios bajo la supervisión de un entrenador, que no dudaba en golpearles con una vara o un látigo para conseguir que siguiesen la rutina. De este modo, realizaban ejercicios con cuerdas, trepaban a los árboles, cavaban, remaban, arrastraban carros junto a bueyes… Los ejercicios estaban adaptados según la disciplina: así, los velocistas corrían por la playa, en cambio, los boxeadores o pancraciastas levantaban piedras o golpeaban sacos rellenos de harina o de higos secos (los pancraciastas colocaban el saco a menor altura al tener que dar golpes en el suelo durante la competición).
En el siglo II se puso de moda un método de entrenamiento desarrollado por Teón y Trifón basado en ciclos de cuatro días, las «tétradas», donde se alternaban ejercicios pesados y ligeros: el primer día se realizaban ejercicios cortos y enérgicos como preparación del segundo día en que se hacía el entrenamiento más duro, mientras que el tercer día solo había ejercicios ligeros para recuperarse del esfuerzo del día anterior, y el cuarto se realizaba un entrenamiento moderado. Cuenta Filóstrato (Gimnasia 54) que el atleta Gereno de Náucratis murió vomitando en el tercer día de unas tétradas tras haber asistido a dos suculentos banquetes en su honor y no dejarle descansar el entrenador.
Ahora bien, en los gimnasios los atletas también recibían masajes y se untaban con aceite para relajar los músculos. Esta práctica fue muy criticada por los romanos, junto con la desnudez, pues pensaban que era una escuela de vicio. En este sentido, Cicerón en el siglo I a .C. se preguntaba “¿por qué nadie ama a un joven feo ni a un viejo bello? Por lo que a mí respecta, la costumbre de relaciones de este tipo me parece nacida en las palestras de los griegos, en las cuales estos amores son libres y aceptados”. En la civilización griega las prácticas homosexuales entre los jóvenes atletas y sus adultos maestros o entrenadores estaban permitidas. De hecho, en algunas cerámicas, que decoraban las casas, se representan escenas de pederastia y homosexuales.
En Esparta las mujeres se entrenaban en la palestra junto con los hombres. El legislador Licurgo quiso con ello propiciar las relaciones sexuales entre los jóvenes y conseguir madres vigorosas que diesen a luz espartanos fuertes, para así garantizar la continuidad y poderío de Esparta. En cambio, en el resto de Grecia, al igual que en Roma, el deporte femenino estaba mal visto y se las tenía por marimachos (las mujeres solo debían hacer ejercicios de agilidad con la pelota). De hecho, Marcial (7,67) se burla de una mujer gimnasta a la que denomina “la tortillera Filenis, quien más ardiente que un marido en erección, se cepilla a las muchachas de once en once por día”. Y asimismo dice de ella: “cuando se entrega al placer, no la mama -lo cree poco varonil-, sino que les come a las muchachas la mismísima entrepierna. Que los dioses te concedan la que es tu personalidad, Filenis, que consideras varonil lamer coños”.
No obstante, durante la competición debían abstenerse de practicar sexo. Cuenta Casiano (6,7), aunque ya en el siglo V cuando los JJ. OO. habían sido suprimidos (en el año 393), que los atletas “para no ser el juguete durante el sueño de ilusiones nocturnas y para no reducir su fuerza, cuya adquisición requirió tanto tiempo, se cubren los riñones de cuchillas de plomo, porque este metal frío aplicado en los genitales impide los humores obscenos. Entienden que serán ciertamente vencidos y que, en lo sucesivo sin fuerza, no podrán incluso ya cumplir sus deber de combatir si son el juguete de las imágenes voluptuosas que destruyen la fuerza de la cual estaban provistos por su continencia”. En este sentido en el siglo II Artemidoro (5,95) interpretaba el sueño premonitorio de un atleta que soñó que estaba castrado y ganó la prueba.
Al principio los griegos competían vestidos con taparrabos, tal y como reflejan las obras homéricas, pero ya en el siglo V a. C. la desnudez era la norma. Los primeros atletas que compitieron desnudos según la tradición fueron los corredores Orsippo de Megara y Acanto de Esparta en el año 724 a. C. y 720 a.C. respectivamente. No obstante, no corrían completamente desnudos, sino infibulados: una cuerda alrededor de la cintura ataba el prepucio que había sido previamente estirado para que no se les escapase la energía.
Asimismo, competían en ayunas. Los atletas tenían controlada la alimentación. Evitaban los dulces y las bebidas frías. Al principio llevaban una dieta vegetariana a base de higos secos, queso fresco y pasta de trigo o cebada, pero desde el siglo V a. C la carne era la base de la dieta especialmente de los luchadores. El célebre luchador Milón de Crotona, quien ganó la corona olímpica en seis ediciones consecutivas en el siglo VI a. C. y de quien se decía que era capaz de romper la cinta del pelo con solo fruncir el ceño o que un día que se cayó una columna en casa de su maestro Pitágoras sujetó el techo con su brazo, era célebre además por su glotonería. Se decía que comía diez kilos de carne y diez litros de vino al día, y que un día cogió un ternero, lo paseó por el estadio y luego se lo comió entero. Por este motivo, Diógenes el Cínico llamaba a los atletas montañas de carne hechas de buey y cerdo, o Luciano se burlaba del atleta Damasias del que decía que por ser demasiado gordo pudiera hundir después de muerto la barca de Caronte. Asimismo, en teoría tenían prohibido beber durante la competición. Pero, al igual que las comilonas, eran notorias las borracheras entre los atletas, como hemos visto en el caso de Milón, o también de la marimacho Filenes, de quien Marcial afirmaba que se bebía siete cuartillos de vino puro y se comía dieciséis bollos para atletas.
El célebre médico Galeno o el filósofo Séneca, entre otros, criticaban a los atletas de su época por no hacer otra cosa que sudar, beber, cebarse, dormir, pringarse con aceite y revolcarse en la arena. Los atletas, en efecto, dormían bastante; se levantaban normalmente, al decir de Galeno, a la hora de la comida. De hecho, algunos entrenadores daban a sus pupilos pan de harina fina con adormidera. Eso sí, dormían sobre el suelo para endurecer el cuerpo.
También se recurría a ciertos brebajes a base de plantas, hongos, cola de caballo o sudor de grandes atletas, e incluso a hechizos (se invocaba al poderoso dios Helios o al veloz Hermes) para conseguir aumentar la fuerza o la velocidad. Por ello, Olimpia se llenaba durante los juegos de una pléyade de vendedores de comida y bebida, artículos de toda clase, putas, adivinos y hechiceros… El dopaje moderno se inicia en el siglo XIX con la morfina y bebidas a base de cafeína. En los primeros JJ. OO. modernos se recurrió a la estricnina mezclada con alcohol (maratonista Tom Hicks en 1904) y luego a las anfetaminas (ciclista K. Jensen en 1960). En 1967 el COI estableció por primera vez una lista de sustancias prohibidas tras una serie de muertes por dopaje.
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